jueves, 15 de abril de 2010

Añoranza

Esa mañana, cuando se cumplieron dos años de la separación, se levantó de la cama y le escribió una carta. Sabía que ella no la leería nunca; él no se animaba, no tenía el valor suficiente para entregársela. Pero necesitaba desahogarse de alguna forma.
La carta iba dirigida al amor de su vida, así fue como la tituló. No la podía llamar de otra forma, se amaron por muchos años y aunque ella pudo rehacer su vida, él no lo logró y la seguía pensando.
Comenzó la carta diciendo: “Hoy eres mi amor, mi único amor. No puedo resignarme a perderte. Necesito tu cariño y te esperaré, sé que volveremos a estar juntos”.
Intentó encontrarla en otras personas, pero no era igual, nadie ocupaba cada espacio de sus expectativas como lo hacía ella.
Una vez terminada la primera hoja continuó con la segunda. Le contaba los viajes que realizó en esos dos años: “Armé el bolso y me fui a recorrer el país. Conocí mucha gente y eso fue lo que más me gustó. Comía con desconocidos, caminaba por lugares ajenos a mi imaginación; estaba solo. El viaje me sirvió para pensar. Te recordaba todas las noches antes de irme a dormir y al amanecer nos imaginaba a los dos caminando por ese hermoso lugar. Me hubiera gustado estar ahí con vos”.
Le quedaban un par de hojas blancas en la mano. Por momentos, la lapicera azul dejaba de funcionar y él aprovechaba para llevársela a la cabeza. Pensaba, recordaba cada uno de los días que le hizo falta y continuó escribiendo.
“Tengo mucho proyectos, quiero empezar a reorganizar mi vida, pero sin vos no lo puedo hacer. Te necesito porque sin vos no soy nada, estoy vacío. Estoy estancado y no quiero que me veas decaído, triste, infeliz. Sólo quiero que vuelvas”.
No le temía a la soledad. Creía que la melancolía y los recuerdos eran parte del momento que le tocaba vivir. Pasaba muchas horas en vela y no lograba conciliar el sueño porque ya no la soñaba.
“Las madrugadas ya no son las mismas. Todavía recuerdo la sonrisa con la que te despedías al acostarte. Extraño despertarme y tenerte a mí lado. Quiero besar tus labios, tus mejillas y saber que juntos comenzaremos el día”.
Tomó dos tazas de café, dejó las hojas en la silla en la que estaba sentado y se fue al jardín. Cuando volvió agarró las tres hojas, las leyó y finalizó la carta con una canción.
“Muero por vos, vivo por vos y nunca te he dejado atrás. Vives en este corazón confundido, por eso te pido por favor: No me dejes, no te vayas. Vive conmigo”.