miércoles, 20 de octubre de 2010

Es sólo un momento

Desdramaticemos un poco todo esto.

¿Notaron que escribo del desamor, de la soledad, del abandono, de la melancolía, de los recuerdos, del olvido? Yo lo noté y no estoy muy orgullosa de publicar notas en las que todo sale mal. Uno a veces, o casi siempre, escribe según su estado de ánimo. Por lo visto, el mío no es nada positivo. ¡Patético!

¿Notaron que en septiembre no publiqué nada? Yo sí, pero recién ahora. Justo el mes que más quiero, el que no sé si me dio más o menos alegrías, pero lo adoro y lo anhelo porque es simplemente precioso. Me gusta salir a la calle en septiembre. Agarrar la bicicleta y que dejar que el viento me pegue en la cara. Me libera.

Será la primavera o tal vez el simple hecho de que el sol y las estrellas brillan con más fuerza. Será que los tiempos cambian y te renuevan cuando vuelve la primavera. ¿Qué será?

Si para saltar hay que soltar todo lo que nos hace mal, yo voy a empezar a dejar de escribir estas notas depresivas, suicidas, melancólicas. Porque creo que la salvación está en que cada uno se cree un mundo mejor, sueños con más ilusiones y proyecte siempre algo mejor.

Contar parte de mi vida no me sale bien, por eso invento personajes que fracasan, que no la pasan bien, que viven esperando a que esa persona regrese, y viven de los recuerdos. Podrán ser mi reflejo, podrán ser parte de mi imaginación, podrán ser algo que no fueron nunca porque antes se perdieron y quedaron en el camino.

Hoy quiero desdramatizar.

Esto de escribir en primera persona me incomoda bastante. De tanto que me repitieron que en Periodismo se escribe en tercera persona, cada vez que cambio siento que estoy haciendo algo malo. Así que voy a cortar acá.

Seguiré inventando historias o simplemente contando situaciones que me pasan, que le pasan a ella, a él, a vos, a mí, a todos. Seguiré porque no me detengo, ni lo pienso hacer.

Seguiré buscándome, tratando de no volver atrás, inventando momentos memorables, sonriendo aunque nada cambie.

Seguiré.

¡Seguime!

“A veces escribir una sola línea basta para salvar el corazón”

Clarice Lispector- Poeta

jueves, 7 de octubre de 2010

El refugio

“No nos enseñan a amar, por eso cometemos más de un error y terminamos valorando al otro cuando ya no está”, mencionaba a menudo cuando recibía un tirón de oreja.
“A los 6 años mi mamá me preguntó si podía definir amor y le dije que era algo que te pasaba si te portabas bien y eras bueno con los demás. No sabía de qué amor me hablaba. ¿El de un hijo por un padre? ¿El de un hermano a otro? ¿El de un padre por un hijo? ¿Cuál?”.A los 17 creía otra cosa. Ya no hablaba del amor por la familia, se refería al amor que una pareja se podía tener. “Un día mis sentimientos cambiaron. El dolor se unió al goce y a otras sensaciones más profundas. Estaba perdida en un mundo lleno de sueños. Eso era amor, mi nuevo amor”.A los 30 y con un poco más de experiencia aceptaría que su orgullo fue más fuerte y que por eso lo perdió todo.
Lo profundo quedó a medio camino y no hubo despedida. Se alejó del lugar y resistió la separación. Encontró el refugio. Los sueños fueron su salvación. Era su mundo, estaba lleno de felicidad. Cada sueño era una historia y cada noche una nueva manera de volver a empezar.
Eran inventos, eran efímeros. “En esos sueños me encontraba con los que alguna vez me amaron y a quienes más de una vez temí perder. Despertar era lo que no quería, pero sucedía. Me armé en la cabeza más de una escena y traté de recordarla antes de cerrar los ojos”.Lo auténtico ya no existía, quien la viera sólo encontraría los restos de una persona que una vez conoció el amor. “No sé muy bien cómo definir los sueños. Los míos tienen que ver con la nostalgia, con aquellos recuerdos que no los puedo borrar”.¿Será que olvidamos lo que queremos recordar y recordamos lo que queremos olvidar? Antes de acostarse se bañaba y tomaba un té. Todas las noches era la misma rutina.
“Una noche no soñé. Una pesadilla. Dos días sin recordar el paisaje, las luces, las conversaciones con todas esas personas, las grandes sensaciones. Y cada día que pasaba me liberaba aún más de los sueños”.Todo indicaba que el día de la resistencia estaba cerca. Había pasado mucho tiempo y se despertaba enojada y pensaba que lo mejor sería rendirse y dejar que todo se vaya a ninguna parte. Pero hacía mucho tiempo que se había rendido y estaba en ninguna parte.
Los sueños que le daban tanta felicidad dejaron de existir. Ahora vivía en un mundo de pocos y ciegos momentos memorables.
Una enfermedad fue parte de su agonía. Ya no caminaba, eran pocas las cuadras que podía recorrer antes de que sus piernas se rindieran y la dejaran tirada en una cama.
Los días se tornaron aún más difíciles y dolorosos. Los 30 quedaron atrás.
Regaló cuadros, zapatos, pantalones, bolsos y hasta su sonrisa. Se hundió con un adiós que nunca pudo decir y vivió toda su vida de los recuerdos.
“Mi cuerpo se entrega y mi alma resiste”. Aún no sabía para qué resistía: “¿Uno resiste para encontrarse con uno mismo o simplemente lo hace para sobrevivir?”.Uno resiste cuando ya nada nos queda, ni siquiera la esperanza. Ella no decide, simplemente se aleja y no se escapa del silencio. A dónde quedó su refugio.

martes, 5 de octubre de 2010

Promesa

El viaje por momentos se tornaba insoportable. Habían hablado del tema más de una vez y él, como las veces anteriores, prometió que no lo iba a hacer más.
Decidieron regresar. Se sentaron juntos, pero no se hablaron en todo el trayecto. Parecían dos extraños. Ambos irreconocibles. Él era un hombre alto, rubio, de mirada clara. Su acompañante: una joven esbelta, con rasgos regulares, ojos pardos-verdosos, cabello castaño y una boca seductora.
El verano pasado ella le dijo al oído, en medio de un recital, que no le mintiera porque siempre es mejor saber la verdad aunque después se le nublara el panorama. Sentía que algo malo estaba pasando, que le ocultaba más que una mentira.
Él tiene alrededor de 30 años. Ella apenas 17. Soltera, feminista conciliadora que criticaba a las mujeres débiles y tramposas; no tenía amigas, hermanos ni mascotas. Hija única, consentida, caprichosa y muy demandante.
No se sabía muy bien cómo y cuándo se conocieron. Estaban juntos por puras convicciones y los años de aventuras se perdieron como así también las mañanas de risas y comprensión.
Ya no les servía contemplar el horizonte montados en una bicicleta. Creían en el amor que se tenían, pero fueron dos presos de un impulso que sólo buscaba contención y un poco de cariño. Ella lo culpaba y le decía: “Fuimos a parar a la hiriente y absurda actitud de defender el orgullo y perdimos el valor por la humildad… Fuimos, eso nos pasó”.
Con frecuencia le sugería que dejara de hacerlo y él le volvía a prometer lo mismo de siempre. Pero un día, a meses de terminar la travesía, no prometió nada y planificó todo para que las palabras de ella se desvanecieran en el camino.
“Si lo hiciste me lo tenés que prometer…”, le reprochaba mientras lloraba de la impotencia que le daba verse en el horizonte sola y sin una promesa.