sábado, 20 de noviembre de 2010

La derrota es el miedo

El miedo nos aísla de las grandes hazañas, nos cubre de desconfianza y nos prepara para un posible error.
Cuando uno fracasa se rinde y deja que los buenos momentos se conviertan en pequeños simulacros de felicidad.
Se oculta para que no lo vean, no quiere que nadie lo señale con el dedo y lo llame perdedor. Se angustia porque sabe que todos sus esfuerzos no valieron la pena ¿Quién se acuerda del que fracasó?
“Si hay una cosa que merezca la pena hacerse, merece la pena que se haga mal”, decía Chesterton.
El miedo nos debilita y pone en evidencia nuestro lado más frágil. No contamos con la fuerza que al principio teníamos para cambiar nuestros errores.
“No desees con ansias lo que no tienes, ni ames en exceso lo que posees, así nunca perderás”. Pero, ¿para qué vivir sin desear con ansias lo que siempre quisimos?, ¿cómo hacemos para no amar en exceso aquello que no queremos perder? En ese caso, ¿quién prefiere ganar?
“La frustración es el deseo de que la promesa se cumpla”.

¿Fracasa el débil? ¿Fracasa el que se cree que los sueños son realidad? ¿Fracasa el que pierde la noción del tiempo? ¿Fracasa el que se conforma con el intento? ¿Quién fracasa?

Nada es fácil, todo se complica un poco, pero depende de uno encontrar la forma de soltar lo malo para convertirlo en bueno. Empecemos por decirle al miedo “ya buscaré qué hacer contigo, pero mientras tanto decido guardarte en un cajón para intentar cambiar”.
“El éxito está sobrevalorado. Todo el mundo aspira a él a pesar de las continuas demostraciones de que el verdadero genio del hombre se encuentra precisamente en la dirección contraria. Es en la incompetencia en lo que sobresalimos: es la cualidad que nos distingue de los animales y deberíamos aprender a respetarla”. Stephen Pile, autor de El libro de los fracasos heroicos.
Lo que nos define como personas es el modo que tenemos de sentir. Lo que nos define como hombres y mujeres es cuanto nos animamos a sentir. Por eso seguimos intentando ser mejor, porque el triunfo llega después de tanto aprendizaje.
“Hay que enseñar a perder, viejo: con altura, con elegancia, con convicción. Hay que escribir un Dale Carnegie al revés: "Cómo perder seguro" o "Derrótese usted mismo en los momentos libres", algo así... Y sería un éxito, porque le hablaría a la gente de lo que conoce. Eso necesitamos: un manual de perdedores. Eso. Porque yo no le puedo enseñar a nadie a ganar. Tendría que ser una especie de recetario del perdedor vocacional. Porque hoy, ¿a quién le vas a enseñar a ganar?”. Juan Sasturain, autor del libro Manual de Perdedores.

El que vive con miedo de perder algo que nunca tuvo, se rinde ante la ilusión. El que se queda esperando lo que no llegó y tampoco llegará, jamás alcanzará sus sueños. El que no encuentra la salida y sigue encadenado al pasado, se pierde el presente. Mañana ya no importa, ayer pasó rápido.
¿Quién puede vivir con miedo a perder?

viernes, 19 de noviembre de 2010

Ella ya no quiere

Quería que él pensara en ella como la única que lo podía hacer estremecer con una sonrisa, la que lo llenaba de sueños e ilusiones, la primera y la última que se robó su amor.
Era su recuerdo el que deseaba que nunca olvide, que no pudiera hacer más que acordarse de los momentos que juntos vivieron, que admitiera que se siente solo y que esa inútil soledad se compensaría con su presencia, con sus besos, con tomar su mano y caminar juntos a la par.
Ella lo amaba, pero no podía explicar por qué todo lo que estaba haciendo era alejarlo aún más. Era el egoísmo, el capricho por no darle una segunda oportunidad a un ser humano que como todos se confundió y pidió perdón, tarde para ella, preciso y necesario para él.
Él estaba dispuesto a hacer hasta lo imposible para que la relación no terminara. Buscó formas para reconquistarla, salidas al cine, cenas en los lugares más lujosos, pasacalles con poemas, cartas con declaraciones y promesas de amor eterno, y regalos caros que no compraban ni remediaban la desilusión que ella sentía.
El primer pasacalle que le dedicó expresaba su tristeza: “Agarra este barco que se hunde y guíalo a casa, todavía hay tiempo”. Cuando lo leyó se sonrojó y pensó que el hombre al que siempre consideró correcto y distinguido, se estaba convirtiendo en un despechado ridículo.
La última carta que ella recibió tenía sólo una frase: “'Ojalá que mañana, cuando te despiertes, duerma mi dolor”. Pero no bastó para emocionar a su corazón hundido en el resentimiento y plagado de ingratitud. Decidió no contestar, fiel a su orgullo, y siguió con su vida, mientras que él, preso de su abandono, continuó aferrado a su convicción de que volvería pronto a sus brazos.
Él era de los que creía que “cuando hay amor, todo se puede charlar. Todo se explica y todo se puede perdonar”. Pero ella no. Era estricta en todos los ámbitos de su vida, decía no y era no. Con ella no había gris, era blanco o negro. No daba oportunidades, no aceptaba una disculpa y no necesitaba que el tiempo se encargue de su suerte, porque eso era postergar algo que no tenía vuelta atrás. Tomaba una decisión y era definitiva.
Después de un tiempo, cuando él se dio por vencido, ella notó que todo a su alrededor se desvanecía. Construyó un muro tan alto que fue su cárcel y no se dio cuenta que desde allí arriba sólo se podía caer.
Con él se fueron los rencores, el odio, la maldad, el dolor, la mezquindad, el individualismo, la indiferencia, la evasión. Y llegaron las mentiras, la parálisis, la opresión, el silenció, la división, la angustia. Ya no había espacio para el amor.