martes, 23 de marzo de 2010

Huellas

Me acostumbré a andar por la vida sin ningún problema. Sabía que mi futuro sería excelente y no me apresuraba a tomar decisiones. No me exigía, no prometía, no juraba, no insinuaba, no inventaba excusas. Lo hacía todo sin culpa.
Siempre buscaba la manera de hacer y decir lo que sentía.Miraba a mí alrededor y todos estaban llenos de problemas. Se inventaban peleas, discusiones que con un simple "está bien, ya entendí" se solucionaba.
Creía que la que estaba un poco equivocada era yo. Llegué a pensar que tenía que preocuparme por mis amigos, por los retos de mi padre, por las cosas que a diario me decía mi mamá, por las burlas de mis compañeros, por los insultos innecesarios de mis primos, por todo lo que me molestaba y lo dejaba pasar.
Fui al colegio, miré, observé todo lo que pasaba en el lugar y no encontré algo que me molestara. Hablé con mis compañeros y nada, no percibía burlas, insultos, maltratos.
Salí del colegio y conversé con mi papá, a él le encanta tener problemas, los colecciona. Le pregunté cómo estuvo su día y me respondió que no tenía mucho para contar, pero que todo lo que tenía que saber era que siempre me iba a amar.
Llegamos a casa y saludé a mamá. Ella me enseñó que en la vida lo único que teníamos que hacer era buscar nuestra felicidad y quizás esa sea mi única preocupación.
Pero yo quería preocuparme, molestarme o enfadarme por otra cosa, por algo que a mí, solo a mí, me molestara.
Un día, no lo recuerdo bien, recibimos la noticia de que mamá estaba muy enferma. Escuché que le quedaba poco tiempo para luchar por su vida.
Sabía que todo cambiaría, que mi vida daría un giro de 360 grados. Y cambió, el corazón de mamá dejó de latir. Se fue y con ella se llevó mi felicidad, mis sueños y todo lo que me supo enseñar.
Ya no salía a pasear con mis amigas, no quería sonreír para contentar a papá. Mi estructura estaba deshecha, tenía que reconstruir mi vida para encontrar mi felicidad.
Papá siempre estuvo a mi lado, nunca me dejó sola. Se preocupaba por mi salud y cuando notaba algo raro me llevaba al médico. Quedó tan traumado que ante el mínimo dolor de cabeza corría al hospital, es que la muerte de mamá nos había marcado para toda la vida.
Pasaron dos años y papá pudo rehacer su vida, yo no. No me hallaba en ningún lugar y me había olvidado de los momentos felices.
Un día, volviendo del colegio, recordé lo que mamá me decía: "Tu única preocupación es buscar tu propia felicidad". Y comencé a buscar alternativas, me revelé y me ocupé para hallarla.
Dejé que el tiempo me enseñara que los problemas no sirven de nada. Es mejor resolver el inconveniente antes de que todo termine mal.
Hoy vivo con una sola preocupación, mi felicidad. No sé si la encontré, pero me siento bien al decir que mamá dejó su huella con esa frase que tanto me ayudó a convivir con mi tristeza y mis miedos.



sábado, 20 de marzo de 2010

Incomprensible nostalgia

Llevo más de dos años parado en un lugar del cual no sé cómo, ni cuándo llegué. Me ausenté de todo lo que me rodeaba, quise estar solo y hacer lo necesario para mejorar mi vida. Los momentos me indicaban que la felicidad que tanto anhelaba jamás llegaría en esas condiciones.
No sabía a dónde podía ir. Me faltaba su olor, sus manías, la locura que compartíamos por la pasión y su seguridad. Ella es la dueña de mi pasado y mi presente. Se apoderaba de todo lo que la rodeaba y era justamente eso lo que la hacía única.
Nadie me consolaba como ella. Generalmente, cuando pienso en aquellos momentos felices que solíamos compartir, se me vienen a la cabeza un sin fin de preguntas: cómo fue que se terminó, por qué no me dí cuenta, a dónde quedó nuestro amor.
Habíamos planeado pasar juntos el resto de nuestras vidas, pero la monotonía se apoderó de la relación y empezamos a ceder, a renunciar, a poner excusas, a equivocarnos en cada decisión y jamás entramos en razón. Yo seguía estático porque la quería, pero ya no la amaba.
Su tema favorito decía: No quieras jugar al fantasma que nunca se va. Esa frase me despertaba todas las mañanas y de tanto escucharla, la tarareaba.
Hoy sé que esa canción, esa letra me quería decir algo. Ella no soportaba tanta indiferencia y le dimos un fin a la relación. Sabíamos que por más doloroso que fuera ya no podíamos seguir así.
Fue tanta la preocupación que mostré la última semana que yo mismo me dí cuenta que reaccioné tarde. Lo hice cuando noté que la estaba perdiendo. Pero ya la había perdido hace mucho tiempo. Si la volvía a buscar la respuesta ya la tenía: "No quieras jugar al fantasma que nunca se va".
Ahora que lo pienso y entro en razón, me doy cuenta que no aprendí a pedir perdón, que no dí lo que se necesitaba para vivir un amor.
Y sigo solo sin hacer el más mínimo esfuerzo para cambiar mi situación sentimental. Aprendí a vivir de lo que me dan y sobrevivo sin compañía alguna. Cuando encuentro a una hermosa mujer que se interesa en mí, aprovecho su cuerpo y me olvido de sus sentimientos y de los míos también.
Me dí cuenta de que durante mucho tiempo me había olvidado de mí y que por eso no podía hacerle bien a nadie.

sábado, 13 de marzo de 2010

La vida misma (Última parte)

Cuando comprendió para qué tenía que vencer, volvió a la pregunta inicial: cómo.
Sometió su voluntad a cada paso del tratamiento, pero se revelaba cuando notaba que los médicos y enfermeras se olvidaban que sobre la cama había un ser humano, no sólo un objeto que registraba síntomas.
Peleó hasta el final y para afrontarlo puso su inteligencia, su rabia, su voluntad, su sentido del humor y todo aquello que lo hacía único.
Ese cuerpo se quería ahorrar cuotas de dolor, ya no soportaba otro pinchazo, no quería más estudios. Tenía el alma estremecida y el sufrimiento, que se hacía cada vez más intenso, no lo dejaba pensar en sus sueños e ideales.
En diciembre llegó el segundo veredicto. La quimioterapia había hecho un buen trabajo, pero con eso sólo no se curaba el cáncer. La operación lo completaría.
Con las mismas ganas que sintió al viajar a Mar del Plata, entró al quirófano. El miedo y la esperanza se le unieron y lo dejaron un tanto inquieto. Él sabía que era el paso obligado hacia la curación.
Cuando la anestesia perdió efecto abrió los ojos y sonrió. Se le extirpó un pulmón, pero la vida le tendió una última trampa mortal que los médicos, a falta de otro nombre, llaman desestabilización.

martes, 9 de marzo de 2010

La vida misma (Segunda parte)

Después de seis meses y siete días de disciplina y encierro, los médicos lo autorizaron a hacer un viaje. El mes de enero y el buen tiempo indicaban que la costa lo recibiría con una excelente temporada. Sabía que a la vuelta lo esperaba la operación con más desafíos.

No lo dudo, agarró su Citroën y se fue una semana a Mar del Plata. Puso en marcha una serie de cambios. Quería modificar todo lo que no le hacía bien y le generaba inseguridad.

Uno de los cambios, el más molesto, era sentirse solo. Creía que viajando, conociendo personas, dejando atrás el sabor de la gran cuidad y los problemas, podía conocer a alguien o al menos, apaciguar tanta soledad.

Se levantaba muy temprano, desayunaba y salía a recorrer las calles, no se quería perder un minuto del día. Saludaba a las personas como si las conociera. Almorzaba en un barcito llamado El Descanso. Se había hecho habitué del lugar y al tercer día, los meseros sabían lo que iba a ordenar. Estaba claro que no quería sentirse solo y buscaba compañía.

Otro cambio, quizás el más sentimental de todos, era tener amores no correspondidos. Pasó gran parte de sus vacaciones pensando y meditando en sus amores, en las mujeres que quiso, en las que amó, en las que sólo quisieron su pasión y en las que dejaron una huella en su corazón. Todas llegaron en algún momento de su vida y se fueron sin avisar.

Recuerda que cuando era joven disfrutaba de lo efímero, le encantaba sentirse libre y sólo quería vivir momentos de felicidad. Pero los años pasaron, el cáncer se apoderó de su cuerpo y ya no quería más lo fugaz. Soñaba y luchaba por conseguir lo constante.

Fue un sobreviviente que no tuvo más remedio que conformarse con lo poco que le podían dar. Sentía que la vida pasó y no la vivió. Muchas veces, cuando llegaban esos momentos constantes, se asustaba porque se sentía presionado y se alejaba para no tener problemas.

jueves, 4 de marzo de 2010

La vida misma (Primera parte)

El 14 de julio llegó el diagnóstico preciso. Lo que hasta entonces había sido una bronquitis severa se convirtió en la puerta de entrada a un laberinto del que sólo se podía salir luchando. El médico se lo comunicó en pocas palabras: tumor maligno alojado en un pulmón.
Desde ese día, todo dejó de ser feliz. Lo que en su momento fue una pequeña enfermedad, se convirtió en un desafío terminal.
Estar vivo para él era una decisión previa, muy anterior a cualquier diagnóstico y para demostrarlo hizo un esfuerzo dejando de lado ese hábito de fumar, aunque la adicción estaba tan arraigada que lo obligaba a tener entre los dientes un puro apagado, como un modesto consuelo.
Estuvo meses sin fumar, hasta que la costumbre volvió una noche, sin compañía y casi sin darse cuenta, abrió un atado de cigarrillos y sacó un puro, lo tomó con tanta fuerza, lo encendió y sintió el placer del adicto reincidente.
La lucha había comenzado, pero él no se había dado cuenta. Su cuerpo, ya cansado de tanto dolor, no respondía. Él se dejó estar, no sentía motivación alguna para seguir adelante. Ni la vida, ni la muerte, nada era importante.
Desde que recibió aquel diagnóstico, la palabra cáncer se había convertido en su peor enemigo. No podía parar de preguntarse cómo lo podía vencer.
Cada vez que los molestos derivados del tratamiento atormentaban su cuerpo, encima lacerado, por una extrema sensibilidad al dolor físico, llegaba otra inquietud y la pregunta era ¿vencer para qué?

martes, 2 de marzo de 2010

Hombres se buscan

No hace falta demostrarlo, que el hombre es coqueto y vanidoso es parte de la prehistoria. Pero cuando todo ese fanatismo e interés por verse bien se convierte en la tarea principal, a las mujeres no les gusta. No se bancan al metrosexual.
Primero, definamos metrosexual: se refiere al varón que, sin ser gay, no tiene miedo de ponerse en contacto con su lado femenino y no teme a practicar las conductas de belleza que ejercen las mujeres. Ahora bien, qué quieren ellas a la hora de escoger a su hombre ¿Los prefieren lindos y arreglados o machos y dominantes?
Dicen que las chicas de ahora sólo aceptan a hombres dulces, compañeros, que se periten llorar. Quieren al varón dominante, lo prefieren fuerte y decidido, les gusta que sepa lo que quiere, que lo busque y lo consiga.
En simples palabras, las mujeres prefieren al neosexual. Un tipo más rústico y viril. Un ser sensible al que le gusta estar arreglado, pero sin pasar por la depiladora eléctrica o la cera.
La mayoría parece haberse aburrido de tantos modales suaves que hoy en día las seducen los hombres "que besan con pasión y se la juegan por lo que quieren". Todas rechazan las conductas que borran las diferencias y desean recuperar al hombre fuerte, decidido y responsable a la hora del sexo.
No quieren depilar al gaucho y no los prefieren con la piel hidratada. Toda parece indicar que ellas se cansaron del metrosexual, no conocen al neosexual y los desafían a ellos a recuperar su instinto seductor masculino.