jueves, 5 de agosto de 2010

El último tren está por salir

La noche es el tiempo que transcurre desde el momento en que el sol se pone en el horizonte de un lugar, hasta que vuelve a salir, y durante el cual no ilumina directamente esa región de la tierra. Y ahí es donde transcurren mis horas, minutos y segundos, esperando que llegue el tren en una estación momentánea.
Son las doce de la noche y en el andén número cuatro se concentra gran parte de la gente que espera la llegada del tren, éste es el medio de transporte más rápido que tengo para volver a casa después de un largo y pesado día de trabajo. El silencio es interminable, por momentos se escuchan bostezos, tosidos y estornudos.
“Tengo que tomarlo para ir a trabajar a una fábrica de plásticos en el conurbano bonaerense”, me explica Analía, una joven de 23 años. Cuando me dijo eso le pregunté si le tiene miedo a la noche y ella me aclaró que “no hay que pensar en eso, de lo contrario no hubiera aceptado éste trabajo”.
La joven vive en Capital Federal con su mamá, es la menor de ocho hermanos. Decidió trabajar y no estudiar, aunque piensa, en algún momento, terminar el secundario. Analía es rubia de pelo lacio, alta, delgada y de ojos verdes, viste un jean azul, una bufanda de lana y una campera negra. “Me parece que voy a llegar tarde a mi trabajo”, dice mientras mira a lo lejos.
“Trabajé de todo lo que te puedas imaginar. Empecé limpiando, a los 14, en un bar, después seguí como camarera y llegué a repartir volantes en la calle, y bueno, ahora hago esto”.
Hace frío y empiezan a llegar más personas, todos con un mismo interés, tomar el tren. Los andenes están enumerados, van del uno al seis, pero los que están en funcionamiento son el tres y el cuatro. Entre medio de la gente aparece un grupo de cinco chicos, tres mujeres y dos varones, caracterizados por un aspecto un tanto pintoresco. Visten chapines de colores, remeras escote en v, zapatillas de lona, camperas deportivas y el pelo planchado.
“Los sábados nos juntamos con un grupo de amigos. Tomamos este tren que nos deja a un par de cuadras. Es lo más económico y rápido que ahí”, me comenta Alan, un joven alto, delgado, pálido y muy perfumado.
Al escucharlo hablar quise saber más. Todos tienen 19 años y se conocieron en el colegio. Me contaron un poco de sus vidas y se alejaron con un “nos vemos”.
Esperamos más de 15 minutos y a lo lejos escuchamos la bocina del tren. Un gesto y un suspiro lo decían todo, por fin llegó. Fui la última en subir. Me acomodé en un asiento, del lado de la ventanilla. Unos minutos más tarde se sentó a mi lado una señora de unos cuarenta años. El grupo de los cinco chicos se sentó atrás mío. El silencio desapareció y el vagón se llenó de una melodía pegadiza y un tanto molesta. Era la música que salía del celular de Alan, tenía un copilado de reggaeton y marcha.
“Cómo cambian las cosas, algunos toman éste tren para ir a bailar y otros vamos a nuestras casas para descansar porque tuvimos un día con mucho trabajo”, compara Rosa, mi compañera de viaje. Tiene dos hijos y está separada.
Mientras escuchaba todo lo que tenía para decir, me puse a pensar qué tipos de noches tiene cada uno y qué representa el tren para cada uno.
“Cuando uno es adolescente la noche es diversión, luces, fiesta, amigos y mucho goce. Para los enamorados es símbolo de placer, algo que está prohibido y con una buena compañía se pueden hacer muchas cosas”, me explica Rosa. “Para los adultos la noche tiene varios matices, puede ser descanso, encuentro, trabajo, entre otras cosas”.
Se escuchó un silbido, las puertas se cerraron y el tren arrancó. Ahora sólo falta que Analía llegue a su trabajo, que los chicos se encuentren con el resto de sus amigos y que Rosa pueda descansar después de tantas horas de desgaste físico.


"La vida es un viaje en tren, con sus estaciones y cambios de vía. Algunos accidentes, sorpresas agradables y profundas tristezas.

Al nacer nos subimos al tren y nos encontramos con nuestros padres, que en alguna estación se bajarán dejándonos seguir el viaje, muchas otras personas especiales se irán subiendo: hermanos, amigos y algún amor.
Muchos al bajar dejarán un vacío permanente, otros pasarán tan desapercibidos que ni siquiera nos daremos cuanta que desocuparon sus asientos. El viaje continúa lleno de desafíos, sueños, fantasías, alegrías, tristezas, esperanzas y despedidas.
El gran misterio para todos es que no sabemos cuando nos tocará bajar.
Separarme de la gente que conocí en el viaje será doloroso, pero me aferro a la esperanza de verlos llegar a la estación final".