sábado, 15 de mayo de 2010

Perdición

Sentía la necesidad de escribir una carta, un poema, una canción, algo que la ayudara a desahogarse para terminar con tanta frustración. Quería borrar de su memoria momentos de su vida que además de bochornosos habían sido dolorosos.
Comenzó a escribir palabras, frases que no se conectaban entre si. Se dio cuenta que jamás lograría terminar siquiera un sólo párrafo de su carta y decidió dejarla así como estaba.
Miró el teléfono y recordó que la última vez que lo escuchó sonar fue para su cumpleaños. No recibía llamadas desde hacía más de cinco meses y ése se convertía en otro motivo para que la soledad y la depresión se hicieran presentes recordándole que su vida no estaba bien, que todo se estaba desmoronando.
Ya no podía bañarse y mirarse al espejo una vez que salía del baño, como lo hacía antes. No se animaba a reconocer su rostro detrás del espejo empañado. No se vestía para seducir, lo hacía porque estaba acostumbrada a levantarse y ponerse una remera, un jean y zapatillas.
Hacía muchos años que no sentía el flechazo del amor. Trataba de vivir sin cariño, sin ilusiones; no sentía, sólo se equivocaba pensando en lo que un día fue y hoy ya dejó de existir.
Se había olvidado de las cosas que realmente le importaban, lo único que recordaba era una fecha en el calendario: 15 de noviembre.
Ya no escuchaba la radio, se alejó de la televisión y de las series que no se perdía los domingos a la noche. Los discos que recopilaban las canciones más importantes de su vida se esfumaron como así también lo hicieron las fotos, los libros y las cartas que recibía cuando las alegrías no se habían convertido en penas.
Dejó la carta sin terminar, fumó seis cigarrillos, uno atrás del otro, y juntó la basura que había acumulado durante semanas. Los platos estaban verdes como un musgo y el olor se hacía cada vez más intenso. Encendió un sahumerio para ahuyentar a las moscas y de paso, ambientar el lugar. Limpió la casa, ordenó su habitación y cuando terminó se sentó en el sillón a meditar, a pensar en el 15 de noviembre. Tomó la lapicera y retomó la escritura.
Pero ya no escribía, ahora dibujaba caras, flores, animales, estrellas. Suspiró dos veces y alejó la hoja para descubrir que sus sueños seguían intactos. Las imágenes que veía eran algo más que bocetos, veía sus mejores momentos plasmados en un papel.
Agarró la hoja, la puso adentro de un sobre y se la envió a la persona que el 15 de noviembre se marchó para buscar la felicidad que a su lado no había encontrado.

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