viernes, 19 de noviembre de 2010

Ella ya no quiere

Quería que él pensara en ella como la única que lo podía hacer estremecer con una sonrisa, la que lo llenaba de sueños e ilusiones, la primera y la última que se robó su amor.
Era su recuerdo el que deseaba que nunca olvide, que no pudiera hacer más que acordarse de los momentos que juntos vivieron, que admitiera que se siente solo y que esa inútil soledad se compensaría con su presencia, con sus besos, con tomar su mano y caminar juntos a la par.
Ella lo amaba, pero no podía explicar por qué todo lo que estaba haciendo era alejarlo aún más. Era el egoísmo, el capricho por no darle una segunda oportunidad a un ser humano que como todos se confundió y pidió perdón, tarde para ella, preciso y necesario para él.
Él estaba dispuesto a hacer hasta lo imposible para que la relación no terminara. Buscó formas para reconquistarla, salidas al cine, cenas en los lugares más lujosos, pasacalles con poemas, cartas con declaraciones y promesas de amor eterno, y regalos caros que no compraban ni remediaban la desilusión que ella sentía.
El primer pasacalle que le dedicó expresaba su tristeza: “Agarra este barco que se hunde y guíalo a casa, todavía hay tiempo”. Cuando lo leyó se sonrojó y pensó que el hombre al que siempre consideró correcto y distinguido, se estaba convirtiendo en un despechado ridículo.
La última carta que ella recibió tenía sólo una frase: “'Ojalá que mañana, cuando te despiertes, duerma mi dolor”. Pero no bastó para emocionar a su corazón hundido en el resentimiento y plagado de ingratitud. Decidió no contestar, fiel a su orgullo, y siguió con su vida, mientras que él, preso de su abandono, continuó aferrado a su convicción de que volvería pronto a sus brazos.
Él era de los que creía que “cuando hay amor, todo se puede charlar. Todo se explica y todo se puede perdonar”. Pero ella no. Era estricta en todos los ámbitos de su vida, decía no y era no. Con ella no había gris, era blanco o negro. No daba oportunidades, no aceptaba una disculpa y no necesitaba que el tiempo se encargue de su suerte, porque eso era postergar algo que no tenía vuelta atrás. Tomaba una decisión y era definitiva.
Después de un tiempo, cuando él se dio por vencido, ella notó que todo a su alrededor se desvanecía. Construyó un muro tan alto que fue su cárcel y no se dio cuenta que desde allí arriba sólo se podía caer.
Con él se fueron los rencores, el odio, la maldad, el dolor, la mezquindad, el individualismo, la indiferencia, la evasión. Y llegaron las mentiras, la parálisis, la opresión, el silenció, la división, la angustia. Ya no había espacio para el amor.

2 comentarios:

  1. ¿Y qué puedo hacer ahora?

    ¿Lo que debo, lo que quiero, lo que puedo?

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  2. Siempre hay un mañana. Lo siguiente es barrer los restos, lo sobrante, lo que no debería estar guardado.. Tiempo de que abras la ventana y soplen los vientos del cambio.. Luego, serás libre de ser Vos en toda tu expresión.

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