Ella lo amaba, pero no podía explicar por qué todo lo que estaba haciendo era alejarlo aún más. Era el egoísmo, el capricho por no darle una segunda oportunidad a un ser humano que como todos se confundió y pidió perdón, tarde para ella, preciso y necesario para él.
Él estaba dispuesto a hacer hasta lo imposible para que la relación no terminara. Buscó formas para reconquistarla, salidas al cine, cenas en los lugares más lujosos, pasacalles con poemas, cartas con declaraciones y promesas de amor eterno, y regalos caros que no compraban ni remediaban la desilusión que ella sentía.
El primer pasacalle que le dedicó expresaba su tristeza: “Agarra este barco que se hunde y guíalo a casa, todavía hay tiempo”. Cuando lo leyó se sonrojó y pensó que el hombre al que siempre consideró correcto y distinguido, se estaba convirtiendo en un despechado ridículo.
Él era de los que creía que “cuando hay amor, todo se puede charlar. Todo se explica y todo se puede perdonar”. Pero ella no. Era estricta en todos los ámbitos de su vida, decía no y era no. Con ella no había gris, era blanco o negro. No daba oportunidades, no aceptaba una disculpa y no necesitaba que el tiempo se encargue de su suerte, porque eso era postergar algo que no tenía vuelta atrás. Tomaba una decisión y era definitiva.
¿Y qué puedo hacer ahora?
ResponderEliminar¿Lo que debo, lo que quiero, lo que puedo?
Siempre hay un mañana. Lo siguiente es barrer los restos, lo sobrante, lo que no debería estar guardado.. Tiempo de que abras la ventana y soplen los vientos del cambio.. Luego, serás libre de ser Vos en toda tu expresión.
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