sábado, 22 de enero de 2011

Al despertar

Tomaba a la locura como la incapacidad de comunicar sus ideas y la convertía en un simple delirio de una mente con pocas ideas lúcidas.
La mentira hacía eco en su silencio y las personas que a su lado jugaban lo hacían con la manía de ganar aunque siempre terminaban perdiendo. Era como una adivina de su suerte y siempre sabía cómo salir vencedora.
Hechicera por naturaleza, intimidaba a los hombres con sus caprichos y no dejaba de verlos como un mortal menos por conquistar, nunca como uno más.
Cumplía su objetivo, los retenía por varios días y después los abandonaba sin ninguna explicación. No los quería enamorar, pero si eso sucedía lo festejaba como una nueva adquisición.
Jamás se arrepintió de una decisión o de una historia mal resuelta, disfrutaba del momento y al día siguiente olvidaba por completo el hecho. No le entregaba su cuerpo a cualquiera y mucho menos su amor.
Premiada por una belleza que dejaba a los hombres al borde de la locura, se encargaba de tenerlo todo bajo control. Pero hubo un día en que el juego se le fue de las manos y se enamoró.
Un día se dejó manipular por una soledad que llegó a confundirla más de la cuenta. Conoció a un hombre veinte años mayor que ella y cayó rendida.
Durmieron juntos y él se marchó sin despedirse cuando solía ser ella la encargada de que eso sucediera. Se enfurecía y no sabía si era por orgullo o por el dolor de perderlo.
Cuando él regresaba en busca de más placer ella se quedaba en la oscuridad pidiéndole al tiempo que no dejara correr las horas. Le imploraba a su memoria que todos los días recordara ese acontecimiento. Le exigía a su cuerpo que jamás borrara las caricias que en su cuerpo quedaron.
Pero el tiempo pasa y la memoria no recuerda los buenos y efímeros momentos de felicidad y el cuerpo no guarda besos, caricias; sólo deja las marcas que por algún motivo quedaron selladas en la piel como un tatuaje.
Aunque seguía decidida en dejar atrás esa idea de quererlo y necesitarlo, la falta de compresión y el daño que causó su partida la confundían y la dejaban vulnerable. No podía empezar algo nuevo porque magnificaba cada acto del pasado.
No tenía una cuartada, una estrategia que la liberara de su sumisa posición. Seguía apostando al juego que quemaba y agitaba su vida. Propensa a su seducción, no tuvo más remedio que dejar al descubierto sus sentimientos y perdió el control de todo lo que antes tenía a su disposición.
Aumentaba sus esperanzas disfrutando del placer de otros, pero había vivido tan poco que no sabía lo que era el pasado. Él volvía las noches de tormenta y ella lo esperaba en su habitación.
Al amanecer él se vestía y regresaba a su rutina. Ella se quedaba sentada y con lágrimas en los ojos. Nunca se atrevió a indagar en sus cosas, primero por miedo a escuchar algo que la hiriera aún más y segundo porque quería recordarlo como un hombre libre sin prejuicios.
Vivieron un amor sin reproches, sin presiones, sin peleas y jamás averiguaron sobre sus vidas. Ella nunca le declaró su amor y él prefirió no hacerlo porque su vida ya estaba construida con lazos de familia que no tenía pensado romper. Fueron un amor dormido que prefería no despertar de un sueño hundido en la necesidad.

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