lunes, 7 de febrero de 2011

Mutuo acuerdo

Cuando tenía 13 años, su vida era placentera. No le faltaban los consentimientos de los abuelos y de los tíos del sur que la proyectaban en un futuro, no muy lejano, como una de las mujeres más importantes de su generación, por su tenacidad y su convicción.
Quizás eso era lo que siempre le preocupaba: quedar mal con su familia, defraudarlos y caer en el agujero negro de la ruina.
A los 15 ya sabía lo que tenía que buscar para ser feliz. Soñaba con casarse y tener seis hijos. Con respecto al trabajo y a las obligaciones del momento, no estaba muy segura de qué pasaría.
Se casó a los 18 con el hijo de su padrino, era un conocido de la familia y con eso bastaba. No tuvieron tiempo para andar de novios, tampoco sabían si su matrimonio iba a funcionar. De una cosa sí estaban convencidos: nada de lo que esperaban de la vida iba a suceder.
El día del casamiento, ella estaba impecable. Llevaba un vestido blanco con un diseño muy elegante y suntuoso, que delineaba su figura delicada.
En el altar, él le juró amor eterno y estar a su lado en los buenos y malos momentos. Le hizo creer que iba a ser la mujer más feliz del mundo, aunque en sus corazones no había más que un cariño lleno de compasión.
Ella lo quería, pero al mismo tiempo le tenía lastima. Hacía todo lo necesario para contentarlo y juntos vivieron aferrados a un amor piadoso. Él se daba cuenta y trataba de enamorarla y enamorarse con cada detalle. Al principio, se buscaban para amarse en cualquier lugar. No pensaban en nada más que el juego de la seducción, porque sabían que no existía persona en el mundo que no se pudiera conquistar.
Pasaron siete años y con el tiempo llegaron los hijos. Ella nunca llegó a sentir la clase de amor por el que la gente muere sin dudarlo, pero aún así continuó a su lado, apoyando cada decisión de su marido y dedicando todos sus días a cuidar a su familia.
La rutina se apoderó de los buenos momentos y los convirtió en proyectos de felicidad. La forma de actuar de ambos era peor que la de un adolescente rebelde y desvergonzado. Actuaban sin pensar en las consecuencias, hasta que un día el final del juego se hizo presente.
Convivieron un año sin charlar de sus vidas, compartían la cama, pero no la pasión, sonreían para que sus hijos no notaran que entre los dos ya no había amor.
Estaban presos de un orgullo que les impedía disfrutar de su relación. Ninguno de los dos sabía a ciencia cierta qué fue lo que los llevó a vivir así. Ella se echó la culpa de todo. Pensaba que sus celos fueron los causantes de su desdicha. Él, en cambio, creía que nunca la amó como ella esperaba y que eso era lo que hacía la diferencia.
No hubo un perdón, ni nada que se le asemejara. Él no pretendía intentarlo de nuevo, ella lo pensó mucho y optó por hacer lo necesario para vivir los últimos años de su vida en armonía.
Recordó una frase que su mamá le decía cuando se enteraba que una de sus conocidas se separaba: “Un divorcio siempre es un fracaso”. Pero ya no le importaba el qué dirán de los demás, ni el de su familia. Se separó y juró no volver a buscarlo.
Él no intentó retenerla, tampoco le gritó ni le pidió explicaciones. Se fue y no volvió a poner un pie en su casa.
Implementar una nueva estrategia resultaría de nuevo una desventura con sabor a nostalgia. No estaba preparada para salvar su matrimonio y no encontraba razón suficiente para replanteárselo.
Un día recibió una carta. La leyó y de sus ojos cayeron lágrimas de añoranza. Tomó una hoja y un lápiz y escribió algo que jamás le envió: "Esto sólo fue un impás, una tregua entre los dos. Hoy tengo algo mejor. No pienses que te olvidé... lo que existe entre los dos, cada calle que crucé, yo me acordaba de vos".
La carta que él le envió decía: "Quiero que sepas que aunque arrastro mis fracasos, si quieres contar conmigo, aún guardo fuego en mis manos".

1 comentario:

  1. Gabriel García Márquez escribió en el Amor en los tiempos del Cólera:
    "El problema del matrimonio es que se acaba todas las noches después de hacer el amor, y hay que volver a reconstruirlo todas las mañanas antes del desayuno".

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