jueves, 3 de marzo de 2011

La última mentira

Esperar era la palabra menos indicada para ese momento ¿Cuánto consuelo tendría después de todo lo que pasó?
Necesitaba saber si lo que estaba viviendo era una pesadilla o el más cruel de los tormentos. Del otro lado, nadie tuvo compasión al revelar que todo lo que había visto era verdad. Pero ¿Cómo saldría adelante ahora que se enteró de la verdad?
Te amo y extraño- fueron las únicas palabras que pudo pronunciar.
En su voz había un dejo de melancolía que le oprimía el pecho, haciéndole doler hasta el más fuerte de sus huesos. Recibió varios llamados, pero no contestó ninguno. Necesitaba un abrazo que borrara todo el miedo y rencor que estaba sintiendo en ese momento.
No quería perder de vista su camino, pero conforme pasaban los segundos se sentía humillada, avergonzada por todo lo que había visto y escuchado ese día.
No quiero tu compasión... Quiero que estés conmigo- murmuró, mientras miraba la foto que se habían tomado el verano pasado.
Su enfermedad había avanzado comiéndole hasta las últimas esperanzas. Pedía que el dolor la dejara en paz, para luchar por lo que otra, más sana y vital, le estaba robando.
Él se ausentaba al caer la tarde, sin decir a dónde iba y con quién. Ella respetaba sus tiempo, su vida y sus negocios. Sabía que pasaban mucho tiempo lamentándose adentro de una habitación llena de oscuridad y agonía, y que al menos él podía ir a despejar su cabeza a otro lado, a recuperar las energías para seguir adelante.
No lo culpaba, creía que si ella se iba, él tendría que rehacer su vida con otra persona. Pero no le iba a permitir el engaño, no mientras su corazón siguiera latiendo. Tenía que correr el riesgo y volver a conquistarlo. A pesar de todo, siempre fueron tan unidos.
Y te me alejas tanto que ya ni tus besos detienen el tiempo- repetía una y otra vez acostada en su cama.
Los días y las noches transcurrieron con lentitud. Ella era consiente de que faltaba poco y por un lado lo agradecía, pero por el otro suplicaba que la dejarán vivir un día más.
Escribió una carta. Lloró hasta perder las fuerzas. Una vez más había luchado entregando hasta el último aliento.
“Y hoy sin piedad muero lento. No sabes lo que le pedí a la vida que con tu amor frenaras el tiempo y que el mundo se acaba después de entregarnos a la pasión.
Y mientras yo muero lento, tú encuentras otro motivo para volver a amar. No te culpo, no sabes lo fatal que me siento. Si tan sólo me dieras una muestra de cariño y no compasión, lucharía aún más para vencer este mal que ha desfigurado mi cuerpo y mi corazón.
Quiero descubrirte todas las mañana, aquí, en esta misma cama en la que escribo estas líneas.
Poder sentir tu calor tan cerca mío. Pero desde hace un año, tú ya no duermes conmigo.
¿A dónde quedó lo que soñamos ese 22 de febrero? ¿Será posible que esta enfermedad se haya llevado hasta el amor de mi vida? Son interrogantes que carcomen mi mente, haciéndome sentir culpable. ¿Recuerdas lo felices que éramos? El tiempo convirtió mis esperanzas en dolor y resignación. Sabes una cosa, tienes que aprender a vivir todos los días... Yo lo entendí hace poco.
Me va a costar tanto irme. Quiero quedarme y conquistarte, quiero que caminemos de la mano, abrazarte todos los días, besar tu frente antes de dormir... Pero ya no puedo elegir. No depende de mí. Ya sabes, la vida dura lo que puede.
Puse en tus manos mi destino, ya no quedan más espacios en mi interior. Cuando me vaya, sólo quedarán mis objetos, la ropa que hasta hace un año solía usar para agradarte. No te culpo. No eres el culpable de todo esto. Perdoname, quise ser más fuerte, pero el tiempo a veces te lleva por delante. Vuelve a lo que siempre fuiste.
Mañana mi luz se apagará, pero descansaré en paz.
De quien te ama”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario