jueves, 28 de abril de 2011

Certificado de garantía

Posibilidades son las que nunca le faltaron, sin embargo, la imprudencia del desgano le ganó de mano y le impidió progresar en su hazaña por conquistar el mundo entero. Cómo explicar que tan temible agonía fue la que lo hundió en la irreparable certeza de que vinimos a esta vida a sufrir y a encontrar un poco de felicidad en algunos momentos de nuestras vidas, las cuales sólo permanecerán en nuestra mente, pero jamás en nuestros corazones.

Eso era lo que él creía, que todo ya estaba escrito para ser olvidado después de un sin fin de ambigüedades.

A los 84 años es muy difícil cambiar de opinión, optar por aceptar las opiniones del resto y dialogar con alguien que entienda más del psicoanálisis que el mismísimo Freud. Y eso era lo que pensaba el abuelo de Fermín. Un hombre robusto y malhumorado que discutía hasta en los cumpleaños.

Resultaba molesto tener que salir con él a pasear, porque siempre se quejaba de lo mal que funcionan las cosas en el país, de la desmedida riqueza de los gobernantes y de la ingratitud de algunos pobres que pedían una limosna y no agradecían cuando se las daban.

Padre de 8 hijos, 6 hombres y 2 mujeres, y abuelo de 6 niños, 5 niñas y Fermín. El trato con su nieto varón era especial y poco entendible por el resto de la familia. No podían creer cómo un hombre testarudo se sentía tan a gusto con un chico de 12 años.

Fermín salía del colegio y corría a la casa de su abuelo. Almorzaban juntos y a la hora de la siesta en vez de descansar sus cuerpos decidían dar un paseo por el parque. El niño se quitaba el uniforme, tomaba el bastón del abuelo y lo esperaba en la puerta.

El paseo se disfrutaba, nadie los apuraba, ni siquiera la tarea de Fermín, ni los llamados desesperados de sus padres preguntando si su hijo estaba ahí, con él. Mientras otros morían entre sueños, ellos resucitaban en cada paso, sin dejar de sonreír y agradecerle al sol por su calor y al viento por su aire fresco.

Cuando cumplió 13 años, Fermín no quiso una fiesta de cumpleaños, tampoco regalos. Pidió pasar el día con su abuelo. Nadie entendía por qué, pero así fue. El sábado, muy temprano, el abuelo lo pasó a buscar y lo llevó a pescar.

El pequeño quería ser tan listo como su abuelo, le gustaba su barba blanca y se reía del poco cabello que tenía en la cabeza y de los ridículos anteojos que llevaba puestos, pero cuando se deba cuenta que él, un día, también iba a estar de la misma forma, dejaba de burlarse.

El tiempo transcurría rápido y las ganas del abuelo duraban sólo un rato. Pasó la primavera en la cama y al comienzo del verano, quiso levantarse. El cuerpo cansado del que renegaba a diario no lo dejaba bañarse ni vestirse solo. Así fue como la muerte le avisaba que pronto vendría a buscarlo para llevarlo a un lugar difícil de imaginar.

Las advertencias fueron varias y el abuelo lo aceptó. Mandó a llamar a Fermín y con un hilo de voz le dijo: “Ha llegado el momento”.

Las fuerzas de su pequeño cuerpo se desvanecieron dejándolo de rodillas al hombre que le enseñó a pescar, a tomar café y a vivir esperando que algo mejor suceda. Intentó respirar, pero tembló de dolor. Su miedo siempre fue estar solo en la vida y estar sin su abuelo era vivir sin nadie.

Mientras el abuelo se despedía del resto con las últimas palabras, Fermín lo abrazó y le pidió que no se fuera, que se quedara con él, que si no podía ser así, entonces ,que se lo llevara a él también.

Fueron las horas más difíciles para Fermín. Recordó las tardes de ajedrez y las caminatas que terminaban en la cafetería de los bosques rojos.

El papel listo para ser leído, las luciérnagas iluminando la cálida noche y el sufrimiento de Fermín a punto de escaparse por sus ojos en forma de lágrimas. La lectura del testamento reunión a toda la familia y acrecentó la falsedad.

Todos, incluidos el gato del abuelo, escucharon a quién le correspondía cada pertenencia. El pequeño no entendió nada y se fue a su habitación a leer la carta que su abuelo le había dejado. Al abrirla encontró fotos, billetes de todos los colores y varias hojas sueltas. Leyó cada línea con detenimiento y lloró hasta desgarrarse de amor. Guardó el sobre en su mesita de luz y se acostó deseando que al despertar todo sea menos doloroso.

"Mi querido y adorable amigo... A partir de hoy estaremos más unidos que nunca. Porque lo raro no será que tú no me veas, lo raro será que no me encuentres en las tardes de invierno. Yo estaré ahí, caminando a tu lado ¿Quién dijo que esto iba a ser fácil? Cuando sientas que nadie te comprende lee una vez más esta carta, tal vez así encuentres consuelo..."

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