jueves, 13 de octubre de 2011

El oficio de vivir

No puedo dejar de recordar aquella frase que me llegó al corazón: "Cuando pierdes una oportunidad, ganas una lección".

Si la lección fuera reflexionar ante el error, estoy dispuesta a dar las gracias, a dejar de pensar en lo que pudo ser y no fue, porque cada paso que damos tiene que ser con nuestro consentimiento.

Ya lo dijo Paulo Coelho: "Deja de pensar en la vida y resuélvete vivirla".

En primer lugar, le quiero agradecer a las oportunidades perdidas, porque fueran ellas las que me obligaron a comprender que la palabra tarde tiene que desaparecer de mi vocabulario. No podemos dejar pasar aquello que nos hace sentir plenos, que nos cambia para bien, que nos convierte en una persona poderosamente feliz.

A las relaciones difíciles que nos enseñan a valorar el amor. Porque todos los sentimientos que uno deposita en una relación tarde o temprano confluyen al dolor de la perdida. Y siempre es preferible amar, porque es ahí donde se encuentra el significado de la vida.

Al engaño y a la mentira que te marcan como huella al cemento, que te decepcionan y te derrumban. Les agradezco porque ya no me resulta extraño, frustrante y netamente doloroso. Uno termina aprendiendo de aquello que hace mal, de todo lo que lastima, que cuesta superar, pero que finalmente afronta con aplomo.

A las buenas intenciones que no dan fruto, pero que terminan dejando lo esencial de cada persona: la solidaridad por el otro. No hay que ser sabio para entender que las cosas buenas sólo llegan cuando obramos con buena fe, con la única intención de dar amor por el simple hecho de sentirlo.

A los consejos que se manifiestan tarde y con un “yo te avisé”. Porque si bien uno ya sabe que cometió un error y no quiere que se lo recuerden, merece ser castigado con un argumento más sustentable y acorde al desacierto. Todo para no volver a caer en la misma equivocación.

Al orgullo que me llenó de poder, pero no de libertad. Oculté mis sentimientos, llene los buenos momentos de excusas y disfruté de la vida con límites. Comprendí tarde que el orgullo está vacío de sentimientos.

A la espera, al olvido, a los recuerdos, que me obligaron a recordar con nostalgia los momentos vividos, a soñar con un mañana mejor, a esperar que tarde o temprano suceda y no quede en el olvido. Porque nunca perdí las esperanzas.

Y al final, al amor que te sostiene, te enamora, te apasiona. Dicen que el amor es ciego. También dicen que uno tiene que amar con todo el cuerpo, con todos los sentidos, con todos los estados de ánimos y con todo el corazón. Y claro, ahora entiendo porqué uno termina por cansarse, angustiarse y lastimarse.

Gracias a todas esas cosas “malas”, no tan buenas, escasas, aprendí que uno puede esperar siempre lo mejor, pero nunca debe aferrarse a ellas porque caerá al precipicio del olvido. Uno tiene que saber que todo pasa por algo y que no tiene que encontrar la repuesta o justificación de por qué es bueno o malo. Simplemente tiene que vivir.

"Hay que saber perder con clase y vencer con osadía, porque el mundo pertenece a quienes se atreven", Charles Chaplin.

No hay comentarios:

Publicar un comentario