sábado, 13 de marzo de 2010

La vida misma (Última parte)

Cuando comprendió para qué tenía que vencer, volvió a la pregunta inicial: cómo.
Sometió su voluntad a cada paso del tratamiento, pero se revelaba cuando notaba que los médicos y enfermeras se olvidaban que sobre la cama había un ser humano, no sólo un objeto que registraba síntomas.
Peleó hasta el final y para afrontarlo puso su inteligencia, su rabia, su voluntad, su sentido del humor y todo aquello que lo hacía único.
Ese cuerpo se quería ahorrar cuotas de dolor, ya no soportaba otro pinchazo, no quería más estudios. Tenía el alma estremecida y el sufrimiento, que se hacía cada vez más intenso, no lo dejaba pensar en sus sueños e ideales.
En diciembre llegó el segundo veredicto. La quimioterapia había hecho un buen trabajo, pero con eso sólo no se curaba el cáncer. La operación lo completaría.
Con las mismas ganas que sintió al viajar a Mar del Plata, entró al quirófano. El miedo y la esperanza se le unieron y lo dejaron un tanto inquieto. Él sabía que era el paso obligado hacia la curación.
Cuando la anestesia perdió efecto abrió los ojos y sonrió. Se le extirpó un pulmón, pero la vida le tendió una última trampa mortal que los médicos, a falta de otro nombre, llaman desestabilización.

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